Fotografía propiedad de la autora |
Reliquia
Somos la última reliquia,
deshabitados dioses,
oscuros testimonios de la mágica sombra
para siempre expulsados del sagrado convite.
Y el ángel más bello nos espera
en su obligado abismo,
pues el destino siempre nos condena
sin conocer perdón.
Hay espadas de fuego en nuestros labios,
silencio de cristal en la mirada
y aún late en nuestro corazón el falso paraíso,
rasgado muchas veces
por el grito sin voz de la existencia.
Nubes de leches
salpican horizontes,
en la violácea tarde abrasadora.
Encendidos armiños de rojo irrepetible
acompañan espumas presurosas,
murciélagos malditos
ahuyentan los colores
que en silencio se esconden.
La noche nos regala sus límites oscuros,
mientras el sol se muere
acribillado a estrellas.
deshabitados dioses,
oscuros testimonios de la mágica sombra
para siempre expulsados del sagrado convite.
Y el ángel más bello nos espera
en su obligado abismo,
pues el destino siempre nos condena
sin conocer perdón.
Hay espadas de fuego en nuestros labios,
silencio de cristal en la mirada
y aún late en nuestro corazón el falso paraíso,
rasgado muchas veces
por el grito sin voz de la existencia.
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Atardecer
Nubes de leches
salpican horizontes,
en la violácea tarde abrasadora.
Encendidos armiños de rojo irrepetible
acompañan espumas presurosas,
murciélagos malditos
ahuyentan los colores
que en silencio se esconden.
La noche nos regala sus límites oscuros,
mientras el sol se muere
acribillado a estrellas.